La mañana siguiente, llegué a dudar si Laura de verdad existía o solo era un extraño sueño. Pero ni siquiera mi imaginación podría haber creado una persona tan especial, me dije.
Pasaron los días, las semanas, los meses… y durante un tiempo que se me hizo eterno mi única obsesión era volver a verla.
Volví una y otra vez al lugar donde la había conocido, ese lugar donde el bullicio ensordecía y la multitud abrumaba. Estaba desierto. En mi interior gritaban todas las preguntas que se me había olvidado hacerle, todas las contestaciones que no llegué a darle, todos los elogios hacia ella que me había guardado. A veces sentía que iba a reventar de tanto sentimiento.
Las ansias del momento se fueron quedando atrás. Pasaron los años y casi llegué a olvidarla. De vez en cuando, su recuerdo volvía a mí, pero ya totalmente desapasionado. Eso sí, cada vez que me acordaba de nuestras contestaciones, de sus ojos, de su pelo, una sonrisa se apoderaba inevitablemente de mi cara. Me preguntaba si ella se acordaría aún de mí y de esa noche.
-Probablemente no.-me susurraba mi parte más realista.- Han pasado años, ella estaba bebiendo y además, seguramente salga muy a menudo. Fue muy poco tiempo de conversación.
-También lo fue para mí- susurraba mi esperanza- y sin embargo aún me acuerdo de cada palabra de esa conversación.
-Y qué más da!- me decía a mi misma.-aunque la encuentre ahora, ni siquiera nos reconoceríamos. El tiempo habrá pasado por encima de las dos, ya es imposible que volvamos a tener una conversación.
Como me suele ocurrir a menudo, me equivocaba...
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El verano del 2008 acababa de empezar.
Yo acababa de sufrir el mayor desengaño de toda mi vida amorosa. En esos momentos, no tenía ningunas ganas de fiesta. Sin embargo, en mi familia se celebró una comida en la aldea debido a una celebración que allí había.
Era una de esas aldeas de interior despobladas casi totalmente. Allí no vivía, en quilómetros, nadie de mi edad. Sin embargo, se sumó a la verbena un montón de gente de mi edad.
Mi plan era sencillo: comer con mi familia y pasarme la tarde en el jardín mirando al cielo. Sin embargo, una vez allí cambié de opinión y decidí ir a la fiesta a comerme el mundo. Quería, de cierto modo, vengarme por todo lo que me había hecho él. Quería demostrarle (o demostrarme a mí misma) que era capaz de olvidar y de seguir adelante. Me puse un vestido corto, unos tacones largos y me dije a mi misma que ese era mi día. Antes de salir de casa me miré al espejo. “Cuanto has cambiado Sara!”, me dije mientras recordaba mi antigua apariencia. Las gafas se habían transformado en lentillas, el aparato en una dentadura perfecta, el pelo se había vuelto liso y brillante. Había crecido, adelgazado y hasta mi cara tenía una forma diferente. “Irreconocible”, me dije.
No llame a nadie porque en ese momento sentía que todo me sobraba. Sin embargo, al llegar allí empecé a sentirme sola. Me encontraba sin fuerza ni confianza y me vi obligada a cambiar de planes.
Decidí dirigirme al bar en el que (según me había contado una prima mía ese mismo día) trabajaba un amigo de mi infancia al que hacía años que no veía.
-Sí, me viene bien un plan como ese. Hablar del pasado y beber… Vaya fiesta más animada...
El bar era pequeño y estaba prácticamente vacío. En una mesa desgastada por el tiempo hablaban tres amigos animadamente. En la barra, con un móvil en la oreja, estaba una chica rubia vestida de forma casual. Mi amigo (supuse que era mi amigo, pues hacía años que no lo veía) estaba mirando una televisión que se podría calificar de muchas formas, pero no se podría definir como moderna. El ambiente era estancado y en absoluto festivo.
-Pero que estoy haciendo aquí? –me dije con aburrimiento.
Sin más me senté en una mesa cerca de la barra. No quería ligar, no quería beber, no quería nada. Solo quería rendirme, dejar de luchar, dejar de intentar ser distinta y descansar en esa vieja mesa de todos los golpes que me había dado la vida.
Desde la mesa escuchaba la conversación de la chica rubia. Deduje por sus palabras que estaba cortando con su pareja. Su tono de voz fue aumentando a la par que su ira. En el clímax de su violenta discusión descargó un par de insultos y colgó el teléfono. Yo pensaba que se iba a echar a llorar, sin embargo tragó con todo su rabia y se sentó en una de las banquetas altas de la barra. El camarero se acercó a ella.
-Querías algo?
-Sí, un Martini con piña. Muy cargado.
-Eres menor, no puedo venderte alcohol.
En su cara se dibujó un efímero sentimiento de confusión. Sin embargo, pronto su extrañeza se transformó en sensualidad. Se echó hacia adelante en la barra dejando que su columna adquiriera una voluptuoso curva parecida a la de los gatos al estirarse.
-Es cierto… no puedes vendérmelo. Pero quien dijo que no puedes invitarme?
El chico se sonrojó. Verdaderamente ella era muy sexy, pero él aún titubeaba. Ella lo percibió y sacó la que era su arma letal. Parpadeó y con sus largas pestañas alejaron las dudas. Su mirada ya no transmitía un ruego, sino una obligación. Porque ella sabía que nadie tendría fuerza a resistirse a sus ojos verdes.
La mandíbula inferior se me desencajó de la cara.
-Tú…- ella se volvió, olvidando por un momento su conjuro-eres…
-Sara... nunca pensé que te encontraría aquí.
6 comentarios:
aaaaaahhhh!!!!! ya no me quedan uñas que comer!!! se pone linda la cosa..
(:
qué alegría que estés de vuelta, por un momento me preocupaste..
besotes!!
Créeme que eres una genial escritora, he leído tu historia de principio a fin, claro que las cosas aún no están del todo desenmarañadas, espero poder continuar leyéndote, saludos!
El tiempo pasó, pero su recuerdo seguía ahí. Y por alguna razón del destino, en el sitio tal vez menos esperado vuestros caminos volvieron a cruzarse!
Espero con ganas saber como continua! =)
Me gusta mucho la forma en qué se encuentran, muy típico a la vez que extraño, que contradición!!!!
Gracias por pasarte siempre por mi blog. Un beso
Hola Guapa, sólo pasé a dejarte un abrazo.....
en mi peli, va con esta banda sonora:
http://www.youtube.com/watch?v=2V9JE-880Nc
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