
Cruza la habitación blanca viéndolo todo negro. No quiere ver, no necesita luz, no necesita nada, si por ella fuera dejaría hasta de respirar. Pero tampoco está acostumbrada a la ceguera. Se choca con una esquina del lavavo y el dolor la hace olvidar sus precauciones. Abre los ojos... y la ve.
Ve la causa de todas sus pesadillas y de sus noches en vela. Ve la causa de todos sus miedos, de cada una de sus inseguridades y puntos débiles. La ve y se tapa la boca para no gritar. Esa horrible visión a la que tanto teme... es ella misma. La imagen la mira desde el espejo. Es tan grande, tan monstruosa. A la imagen le empiezan a brillar los ojos. Rompe a llorar apretándose la nariz para que nadie escuche sus suspiros. Es injusto, es imposible... Ella no puede ser ella.
Se palpa el vientre, el pecho, las caderas, las piernas... Recorre todo su cuerpo desnudo y descubre una vez mas que eso no es una pesadilla ni un extraño juego. Ella es así. Ella es horrible. Ella está gorda. Ella se da asco a si misma. Ella se odia.
No puede salir así a la calle. Tiene demasiado miedo, demasiada vergüenza de que la gente vea lo que ella está observando.
Se mete bajo la ducha intentando no mirar ningun espejo mas, intentando no mirarse a si misma, intentando no mirar nada, intentando y deseando volverse ciega por un instante.
Las tripas le rugen pero no puede comer. En su interior se baten dos guerras y sabe que no puede proclamarse vencedora en las dos. Una es la lucha por gustarse a si misma, otra es una batalla por la salud. Se encuentra en el medio del campo de batalla. A su alrededor, todo son cadáveres por los que nadie llora, cuerpos secos, banderas difuminadas, estandartes que nadie quiere portar. Se encuentra en medio y no sabe que bando escoger, pues sabe que ningún lado es el suyo, porque gane el que gane, nunca podrá ser feliz.
Las tripas siguen y siguen cantando su grito de guerra. Y entonces ella reacciona. Entonces escoge un camino, quizá el peor, el mas equivocado, el que contiene mas sufrimiento.
Se viste a prisas. Corre hacia la cocina y se adentra en la nevera como quien se adrenta en la cueva de un dragón. Allí ve a su enemigo. Su nombre es tarta de piña. Busca su arma, la apuñala, la mutila... y al cabo de poco ha desaparecido. Las tripas se callan.
"Sara, piensalo, aún estas a tiempo de volver atrás". No, no lo está. Ya se ha rendido y se dirige de nuevo a la habitación blanca a firmar su rendición. ´Se vacía. Le arde la garganta, le duele... pero mas le duele el alma. Porque ella sabe, mas que nadie, lo que le espera de ahí en adelante. Porque ya es la segunda vez que cae en el mismo pozo del que después es tan difícil salir.
Ha vuelto a caer. Ella no decidió ser gorda, ella no decidió ser bulímica. Ella ni siquiera decidió ser ella.
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Es solo otra historia de princesas sin principe y sin castillo, de princesas con corona de espinas y sonrisa triste.
Qué tiene esta de especial?
...
Pues simplemente que ahora, nuevamente, yo soy ella.
No quiero consejos ni ayuda.