Él creía que todos nos acabamos volviendo con el tiempo personas solitarias. Sin embargo, dentro de su teoría también afirmaba que había dos maneras de aceptar la soledad, las dos igual de distantes y evasivas.
El primer tipo de personas son las que, caminen por donde caminen, siempre llevan unos cascos enchufados a sus orejas. La música les hace estar distantes de todo lo demás y ayuda a que vivan en un trozo de mundo más a su gusto. Sin embargo, al final eso no hace más que aislarlos de los demás y provoca que se sumerjan en su propio océano de emociones, a veces ahogándose en él.
Las segundas son las que simplemente escuchan. Se sientan en un autobus y observan a las demás. Hay veces que las conversaciones se centran en política, otras veces se analiza el tiempo, a veces los desengaños amorosos. Peregrinas de otras vidas, estas personas acaban conociendo una gran cantidad de historias, que al final nunca son la suya.
Él creía que el camino hacia la soledad era labrado cada día por nuestro afán por rodearnos cada vez de más gente. Al final, nadie está ahí nunca. Como las abejas que se posan en las flores, cuando sustraen tu belleza, la gente se va a otra parte a tener orgasmos de miel.
Hoy nada perdura. Vivimos en una cultura de toqueteo donde nadie sabe acariciar, donde todos hablan de amor sin saber siquiera lo que esa palabra significa, donde se celebran los años a pesar de que sabemos que todo es efímero y que cada suma implica a su vez una resta.
Él tenía casi siempre razón. Una razón como las verdades de los pesimistas, que no reconfortan a nadie, pero que todos anhelamos.
Sin embargo, nunca llegó a saber lo suficiente para escapar al fatídico destino que vaticinada. Y un día se sorprendió escuchando una conversación ajena y se puso a pensar en qué momento feliz se le había ocurrido dejarla marchar...
Todas estas teorías eran las que le estaba explicando a alguien en un bus cuando escuchó detrás una respiración familiar. A veces, un solo giro de cabeza te demuestra que no eres el único que escucha conversaciones. A veces, una sola mirada te dice que quizás no eres el único solitario deseando huír de si mismo.